viernes, 17 de agosto de 2012

Compilation IV: Final.

Día 16: Es lunes 13, y casualidades de la vida, hemos escogido ese día para ir al Bronx. El Bronx es la zona más chunga pintoresca de Manhattan. El motivo de la visita, además de no dejar nada sin ver no fue otro más que el partido de los New York Yankees vs. Texas Rangers. Lo que viene siendo Béisbol. Puesto que empezaba el partido a las 19:05, aprovechamos el lapso de tiempo que restaba para hacer otras actividades. Parece que está casi todo hecho, pero no, aún hay cosas por hacer. Columbia fue nuestra primera parada aprovechando nuestra migración hacia el norte. Eso no es una Universidad, ¡ESO ES UN PALACIO! Estuvimos en la Biblioteca, aunque solo en un arte puesto que como no, los horarios reducidos de los americanos nos impidieron poder entrar. Cerrado a partir de las 5. Menuda gracieta. Estos americanos cuando hacen algo grande, toman de inspiración a los griegos. Estoy seguro. No nos detuvimos demasiado, andábamos con la hora pegada al culo. Próxima parada: Basílica de San Pedro. No, no estábamos en el Vaticano. No, no es de esa basílica de la que hablo. Esta está perdida en mitad de Manhattan, a medio terminar y deja mucho que desear, o al menos así me lo pareció a mi. Andando que vamos con prisa. Cinco mil doscientas doce paradas después llegamos al Yankee Stadium. Nada que ver con el de sus vecinos los Mets. Este equipo tiene dinero, recuerdo que fue lo primero que pensé. Muchos, pero que muchos hombres de color (hay que ser políticamente y gramaticalmente correcto puesto que su color, en todo caso, es marrón oscuro) vendiendo tickets y agua helada. Tres vueltas más tarde, tras haber encontrado donde recoger las entradas (no sin dificultad) entramos al estadio. Segunda planta, cara al sol y con los jugadores a un palmo. Tengo que decir, que nos fuimos antes de que acabase, y que me decepcionó mucho el béisbol como espectáculo. He visto vueltas ciclistas más divertidas. Eso sí, al menos el público se animaba. Rompieron dos bates y se marcaron un par de Home Runs. Unos fieras para los entendidos. Veintisiete años  siendo campeones del mundo, pero claro, me pregunto yo, ¿en qué otros lugares del mundo hay una liga profesional como la de Norteamérica? Sea como fuere, no voy a ser yo el que les quite mérito, de eso ya se encargará el paso del tiempo. Volvimos a la residencia. Una tercera cena y para la calle. Fuimos a Greenwich Village, a un local en el que iban a actuar los del hip hop de la entrada anterior. Todo pintaba bien hasta que nos quedamos la mitad sin entrar por tener menos de 21 años. Hay que decir que son muy avanzados en algunas cosas, pero no hay quien las entienda en otras. ¿Puedo conducir con 16 años y no entrar a un bar a tomarme un refresco con menos de 21? Are you fucking kidding me? Un poco rebotados, fuimos a tomar un refresco y a entablar un poco de relación con los nuevos. Una chica es de Antequera, Patricia creo que se llama. Una pena que no hayan llegado antes, habría molado tener paisanos por aquí. Vuelta a la residencia, un rato de charla con Paloma y a dormir.

 Día 17: Ya se mezclan el cansancio, la tristeza y la desidia. Hoy hemos ido a hacer un recorrido un tanto bohemio. Algo breve, porque las piernas ya lo notan y los pies se resienten. La primera parada se encuentra en Queens. Un barrio rico, un barrio en el que hay un parque, un parque en el que hay una estampa especial: la de la película Manhattan de Woody Allen. Era nuestro punto de encuentro, y por un momento lo fue de relax. Falta nos hacía. media hora más tarde, cogimos el metro para ir al lado Este de Central Park. ¿Qué hay ahí? La estatua de Alicia en el país de las maravillas, eso, y el otoño. Sí, parece que en esa parte del parque sea otoño en pleno agosto. La estatua no tenía mucho de especial. La típica escena, los personajes de siempre, pero algo nuevo. Niños. Estaba llena de niños montados encima de ella, niños correteando, niños jugando. Aproveché para hacer sonar el obturador y un rato después seguimos adelante. Un lago lleno de patos y barcos de regata a lo más puro estilo Stuart Little se cruzó en nuestro camino. La gente jugaba con sus barcos, los patos jugaban con la gente. Una estampa preciosa. Visita al Gray's Papaya y para la residencia. Noche en el hall, todos reunidos, todos haciendo piña y luego, a la cama.

 Día 18: Hoy nos hemos levantado a las cinco. Vamos en el metro, con los ojos tan pegados como el tiempo. Rumbo Chinatown, rumbo a la capital de los Estados Unidos, destino Washington D.C. Las seis y media de la mañana, y Chinatown ya apesta a pescado pasado. Menuda bienvenida para nuestros estómagos. Tortazo en la boca aparte, no había ni Dios en la calle. Fue llegar el bus y echarme a dormir. Cuatro teles, wi-fi y cuarto de baño para cuatro horas de viaje. Genial, pensaréis, y lo es, pero los asientos parecía que estuvieran meados. Un asquito lo de estos chinos. No estuvo tan mal después de todo. Entre sueño y sueño wi-fi y se pasó el viaje. Washington no tiene por la calle más gente que Antequera. Es una capital artificial, nada de historia en sus calles. Es, como un GRAAN valle de los caídos. Memorial a Lincoln, memorial a Washington, monumento a los caídos en la 2ª Guerra Mundial, monumento a los caídos en Vietnam, la Casa Blanca y el Capitolio. Básicamente eso es Washington, donde todo parece cerca, pero está a tomar por saco. Las calles inmensas, los precios inflados y un tiempo húmedo y caluroso. Lo pasamos bien, pero yo esperaba mucho más que un susto con el FBI (no es broma) de la capital de los Estados Unidos. La vuelta fue peor que la ida, sueño, pero entre sueño y sueño nada de wi-fi, solo paisajes tenebrosos y soldadores que se creían astronautas. Un día explicaré esto. El bus sonaba como un camión lleno de pollos, y el baño estaba cerca con lo cual el aroma inconfundible del ácido úrico fue una constante. A fin de cuentas, llegamos sanos y salvos, y listos para dormir una noche que no larga, pero sí de intenso sueño.

 Día 19: Los regalos no se hacen solos. J.E. y yo hemos ido a Chinatown. Esto del metro sin Carlos no es lo mismo. Uptown y Dowtown se mezclaron por un instante y nos vimos viajando en sentido contrario. Resuelto el problema, llegamos a Canal Street. Nos faltó solo el balón, porque volvimos a regatear como si de Messi se tratara (me permito la licencia de repetir chiste). Menudos son los Pakistaníes, chapurrean el idioma que les pongas. Worldtrade Center y a seguir comprando unos regalitos. ¡Ah! olvidaba que por la mañana estuve haciendo unas gestiones (inconclusas de forma permanente algunas). Los beneficiarios de las mismas tendréis resultados en unos cuatro días a lo sumo. Espero que os guste. Pues eso, entre regalos y recordatorios nos metimos en las siete de la tarde. Algo habrá que cenar. Chiken Gyro. Un kebab egipcio hablando claro, luego cada uno que lo llame como quiera. Estaba bueno, muy parecido a los pinchitos, un bocata de pinchitos con salsas y ensalada. A arreglarnos y a salir un rato. La idea era ir al Empire Hotel de nuevo, pero esta vez, esperando tener mayor éxito. Por lo pronto, empezamos mal. Seis hombres, una mujer. Unos simpáticos sudamericanos de la cola nos informaron que o tenías un grupo de tías buenas detrás tuyo o un fajo de billetes en la boca, pero sino, no había manera de entrar en un lugar donde una botella ronda los 500 dólares. Dos entraron, dos salieron y todos nos repartimos. Unos a comer tarta al Diner, otros a seguir la fiesta para volver a las cinco en limusina. Jodidos mayores de 21, como les envidio por tres semanas. Obviamente, a mi me tocó tarta, pero al menos fue de fresas, la típica que sale en las pelis. Todo hay que decirlo, estaba genial, pero tampoco era algo maravillosamente maravilloso. Sea como fuere, no pensaba irme de aquí sin probarla. Mañana se van unos cuantos de los de la segunda semana. Banderas, firmas y llantos varios. Emotividad a flor de piel. Sueño por doquier. Entre sentimiento y sentimiento acabamos por irnos a dormir a las tres de la mañana.

 Día 20: El despertador sonó a las seis. Neon Trees nos esperaba en Good Morning America. Me consta que siguió esperándonos. Hasta las diez no nos levantamos, y acto seguido nos fuimos al Diner de nuevo. Comer tortitas americanas era algo que tampoco podíamos dejar en el tintero. Son como crepes gordos, esponjosas y poco más. Con sirope de arce están de rechupete, pero baratas ni una mijilla. Terminar las compras, continuar las gestiones y almorzar. La hora de la siesta, y nos vamos al río East a coger un ferry. Menudas velocidades, menuda sensación de libertad y menudas vistas. Aunque claro, ya se acaba por acostumbrar uno. Bonita ciudad esta para venir a vivir algún día. 
 Paseo por Wall Street, visita frustrada por ultima vez a la NBA Store y lluvia. Por lo visto nos vamos a despedir del mismo modo en que llegamos. Cielo plomizo. Ahora nos debatimos entre Party Bus o Limusina, entre el lugar de la ultima cena... Es tiempo de despedidas, es tiempo de decir adiós. See you soon New York.

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